viernes, 24 de mayo de 2013

Empanaditas de Amor


Me propongo aquí hacer un análisis de uno de los comerciales de Coca Cola, que me llamó la atención hace unos meses y desde hace un tiempo no veo en las tandas. No soy analista publicitario ni publicista, pero intentaré ser lo más ordenado posible para fundamentar algunas conclusiones que formulo al final. Aquí dejo el enlace donde pueden ver el aviso. (Recomiendo hacer click derecho sobre el link y abrir en una pestaña nueva)
Descripción


El niño viste camisa a rayas azules, usa lentes de marco grueso que podríamos calificar de “retro” y su peinado está deliberadamente revuelto en un peinado “canchero”. También usa un reloj de pulsera de tipo deportivo, y una remera bajo la camisa abierta, lo que contribuye a “rejuvenecer” la apariencia(1). Adornan el ambiente cuadros con colecciones de mariposas que combinan los tonos de rojo, amarillo y los neutros blanco, negro y marrón,  un teléfono de disco amarillo y autos rojos de colección. Es decir que el personaje tiene perfil de coleccionista. Se trata de sugerir el cuarto de un niño pero el ambiente es el de un adulto obsesivo: todos los elementos están colocados en perfecta horizontalidad o verticalidad, no hay elementos inclinados, excepto por los lápices en el portalápices a la izquierda, un libro o cuaderno a su lado, y una madera en el estante de arriba. Sin embargo, la desprolijidad es aparente: libro y madera, incluso los lápices inclinados hacia la izquierda  están colocados de forma paralela.

 El ambiente de la madre, en cambio, no parece tan cuidado, y esto refuerza la idea de que es el niño el que ordena de forma sistemática su cuarto. Frente a la perfección buscada del dormitorio del niño y del aspecto en sí del personaje, la cocina y la madre que cocina allí tienen otros atributos. La madre es un personaje con aspecto cansado, de unos treinta y cinco o cuarenta años. Aparece encorvada, el cabello está más bien despeinado, usa un buzo de hilo descolorido, arremangado y más bien arrugado. En la cocina no hay intento de belleza ni de orden sistemático. Hay cinco imanes de heladera colocados sobre imaginarias líneas paralelas, pero un imán está ostensiblemente fuera de lugar, inclinado, sin ningún objeto paralelo (como era el caso de los lápices, el cuaderno y la madera.) e incluso este imán torcido está tapando otro. Un repasador con círculos naranjas y marrones, yace abandonado y arrugado sobre el respaldo de una silla o escalera de cocina. La cubierta vinílica de pared, en cuadrados azules y celestes, se combinan con la cocina y la heladera blancas (no modernas sino más bien de hace unos treinta o cuarenta años), que junto a la ropa, la mesa celeste y la masa dan un tono de palidez general.



El tono retro de todo el comercial está dado por varios elementos combinados de la “carátula”, los dos cuadros alternados más la escena de la cena. El “tocadiscos” convertido en “ready made”, los lentes del niño, los cuadros y los juguetes, los electrodomésticos, la mesa de la cena; pero no hay que olvidar que, como se aspira a un ambiente de tipo familiar (con mesa redonda donde todos se ven la cara al comer) acorde con el título y el slogan es sobre todo la ausencia de elementos lo que nos da aspecto previo a la era de las telecomunicaciones: no aparecen computadoras ni artefactos electrónicos, el niño usa el reloj de pulsera (que hoy en día ni vemos usar en adolescentes) ni tampoco hay LCD o plasma, ni siquiera un televisor. Obsérvese con atención la comida familiar, y los integrantes de la mesa: un matrimonio con cinco hijos es sinónimo de abundancia, nos remite a épocas en que las familias eran numerosas (2). De los cuatro varones, uno usa un chaleco de lana sobre la camiseta (¡). Otro de cabello enrulado, tiene lentes también gruesos como el varón protagonista, y dos (el protagonista y el varón que está enfrentado a él en a mesa, usan camisas abiertas sobre camisetas (que es como nos vestíamos los adolescentes en los noventa). La niña, de rosado infantil y tradicionalmente femenino, usa brochecitos también rosados, de esos que hace más de cincuenta años pueden comprarse en un quiosco.

El texto y sus mensajes

La Felicidad se cocina en casa

Una receta original de la familia Moreno

 Madre: Todos los jueves en esta casa se comen  empanadas.

Hijo:      Todos los jueves en esta casa se come una especie de engrudo

Madre: Caseras, por supuesto

Hijo:     En forma de Cosa

Madre: Son empanaditas de amor de la Familia Moreno

Hijo:     Son armas de destrucción masiva

Madre: Yo no sé no por qué sigo haciendo esta receta

Hijo: ¡Cada semana que pasa, le pone más ilusión!

Si no las hiciera más, los jueves no serían jueves, y ella, no sería ella

Madre (en off): Las familias que comemos juntas cada día, valoramos lo que los demás hacen por nosotros

Locutor: Coca Cola, las comidas, Mejor Juntos

Hasta aquí la descripción (con elementos subjetivos) de las escenas y el ambiente, y la transcripción del texto. Las interpretaciones pueden ser vistas de este modo: la madre, descuidada en su aspecto y ojerosa, amasa sin habilidad una masa que efectivamente parece engrudo. Veo en las expresiones, en el tono de voz, ese entusiasmo chirriante y molesto que rápidamente desemboca en una cara de desconcierto:”Yo no sé por qué sigo haciendo esta receta”, como en respuesta  a las afirmaciones del hijo, que en realidad no conoce. Esto contrasta con la soltura del niño y su confianza para hablar. Lo que más llamó mi atención fue el término que emplea el niño para referirse a su madre al final: “ella”. No es una palabra con la que un niño o adolescente suela referirse a su madre, salvo en un contexto en el que ya fue nombrada como “mi madre”, “mi mamá”, o “mi vieja”. Así aislado, este pronombre suele  revelar  un  plano de igualdad entre el que habla y la persona nombrada. Más claramente, es similar al “aquella” o “aquel” usados para referirse coloquialmente a una pareja (“¿Cómo anda aquel?” “Aquella me pidió que fuera más temprano”). Y aquí voy llegando a mi punto: salvo por la escena familiar del final del aviso, nada indica en las palabras del niño que se esté refiriendo a su madre, porque se coloca en un plano de igualdad total con ella. El texto “Si no las hiciera más, los jueves no serían jueves, y ella, no sería ella.” hablan de la condescendencia del niño para con su madre, a quien sabe en inferioridad de condiciones. ¿Por qué? Porque en realidad él ve las empanadas como “una especie de engrudo” “en forma de cosa”, que metaforiza como “armas de destrucción masiva”. Pero no puede matar la ilusión de esta mujer, porque “cada semana que pasa, le pone más ilusión”. Incluso aventuro una hipótesis, y es que este comercial puede haber sido pensado en principio como el contraste entre la visión de una esposa y la de un marido disconforme con la comida de los jueves. Hágase el experimento de pensar las palabras del niño en boca del marido. El resultado, sin embargo, sería un comercial que podría ser tachado de machista. Si añadiéramos el tono de condescendencia y superioridad, hordas de espectadores indignados hubieran saltado por la incorrección política del anuncio.

El lugar

Desde una postura pretendidamente simpática y humorística, este aviso tiene como eje el plano de jerarquía madre-hijo, que se invierte: el niño es simpático pero ordenado, suelto en gestos y comentarios pero obsesivo en el orden, creador de metáforas graciosas pero aprecia las colecciones.  Es el portador del discurso serio, coherente y realista: es lo que tradicionalmente llamamos una persona “madura”. Es el adulto de la relación. La madre es desordenada pero esforzada, sus metáforas son cursis e infantiles (“empanaditas de amor”) y no sabe por qué hace lo que hace pero tiene ilusiones de que es un valor en sí mismo. Es la niña de la relación. Cree en lo que hace como un niño cree en Papá Noel, los Reyes o el Ratón de los Dientes, y el adulto de la relación sonríe desde un plano de superioridad pero no quiere matar la ilusión infantil, hasta llegar a la frase final de que sin esa ilusión, “ella no sería ella”.

Como en este aviso, en muchos otros podemos ver esa inversión de roles. No discuto aquí si niñas y niños son sujetos de derecho porque lo doy por descontado. Tampoco voy a afirmar bajo ningún concepto que el padre y la madre por ser tales son portadores de la verdad. Pero asistimos hoy a una creciente falta de diferencia en los roles que en vez de sumar seguridad a los niños le quita seguridad a los padres. El desconcierto, la falta de afirmaciones claras y serias en el mundo de los adultos, hace que cada vez estemos  menos en un "lugar". No hablo aquí de etiquetarse y anclarse en un lugar simbólico . Pero la falta de roles definidos en  al ámbito familiar termina generando situaciones extremas: por un lado, tratar de dialogar y acordar absolutamente todo con los hijos, con la angustia de que se viva en una incertidumbre total sobre qué es lo que hay que hacer y qué no. Por otro lado, y a veces como respuesta desesperada a esa angustia, las verdades terminan imponiéndose de manera absoluta y autoritaria. Hágase el traslado que se desee a otros ámbitos donde los roles estén confundidos: en el fondo, vivir con culpa a defender nuestras verdades y tratar de matizar todo con humor es una forma de no jugarse, como padres, como adultos, o  como ciudadanos. No hay que pegar para convencer. El diálogo es el medio de resolución de conflictos, sin duda. Pero sólo sirve en la medida en que los interlocutores estén convencidos de lo que piensan, y de que la energía que invertimos en discutir lo sea por asuntos realmente importantes.  No hay que pegar, no. Pero a veces es más sabio decir “Es lo que hay para comer”.  

                                                                                                    Horacio Botta

(1)     En suma, el niño tiene el aspecto del protagonista de “Mi familia del futuro”, del tipo estudioso o como podríamos llamar vulgarmente de “nerd” o “traga”, lo que se ha dado a llamar el “loser” (“perdedor”), si seguimos el odioso sistema de exclusión social copiado de los Estados Unidos y cuya ejemplificación se puede ver en la serie “Glee”. Al igual que en esta serie, el niño aparentemente “loser” es en realidad un “winner”, un “ganador” canchero.
(2)     Me parece gracioso que todos festejen cuando no se cuentan más de diez o doce empanadas. Tal vez hay otra tanda en el horno o el padre a escondidas fomente su masa corporal con un par de platos de polenta.

http://www.youtube.com/watch?v=xXIqtdXXsOQ

Apéndice del 27 de mayo:

A unos días de haber escrito esta entrada, me encuentro con un artículo que ataca el mismo tema, desde una óptica psicológica: es la nota de Contratapa de la Revista Relaciones, No 343, de Diciembre de 2012. No encuentro firma de autor/a, aunque supongo que es de algún miembro de la Redacción de esta publicación. Cito parte del contenido:
"Después de generaciones de padres rígidos y distantes, ahora los chicos están siendo criados por padres a los que les cuesta tomar su lugar como adultos. Algunos están haciendo todo lo contrario a lo que sus mayores hicieron con ellos, son padres que no quieren repetir viejos mandatos familiares, pero que además viven agobiados por las obligaciones cotidianas y por lo tanto conviven con poco tiempo para compartir con sus hijos. Entonces no quieren ser los malos de la película, pero fácilmente se vuelven en exceso complacientes y no saben frenar ciertas demandas"
No es este caso el del comercial, sino que estaríamos viendo otro nivel del asunto: el del hijo que superando el capricho y la demanda, aprende a conceder simpatía a la inoperancia de la madre.

domingo, 19 de mayo de 2013

Con estilo propio.


La escena: Una noche de domingo, mi mujer y yo,  cena en la cama buscando alguna banalidad no tan banal en la televisión. Y la encontramos. Normalmente, disfrutamos de los programas en que alguien fabrica o repara algo. No sólo es un espectáculo interesante sino que nos da ideas para acondicionar el hogar,  y hacerlo más nuestro. Así que un programa del canal “Utilísima” siempre es un buen zafe de la idiotez omnipresente de los comentaristas deportivos, las películas repetidas y los documentales de la BBC (por TNU …). Pusimos el canal. Una mujer de unos treinta años, con ropa y actitud de veinte, interceptaba misteriosamente una pantalla vieja de lámpara y una docena de corbatas, en lo que resultó una atroz  pantalla de corbatas. Luego, esta mujer de sonrisa constante e insistente entonación muuuuuy ascendente, decía haber lijado prolijamente (vamos, que lo hizo uno de los peones del canal) una mesa de luz antigua. Por el color natural  y la textura visible de la madera, parecía una buena mesa de luz, maciza. Luego anunciaba la pintura. Y en ese momento temblamos. “Le voy a pasar una capa de blan- cooo”. Nuevo escalofrío. La mujer con vocación de pendeja  seguía sonriendo. “Así la per-so-na-li-zaaa-mos”. No pudimos aguantar. Nos miramos. “¿Pero esta enferma va a arruinar la mesa de luz?”. “Le ponemos una ca-pi-ta de pintura blanca porque así resalta más el co-lo-or. En mi caso elegí na-raaan-ja”. Sí, la iba a arruinar. En el tiempo mágico de los programas de manualidades en que de un minuto al otro las cosas aparecen prontas, mintiendo acerca del esfuerzo y la paciencia, presenciábamos la ejecución. Una capa de naranja chillón se encontraba con otra de naranja más oscuro, no menos chillón, en esa cosa que llaman pátina y que significa: no lo haré prolijamente, no sé hacerlo prolijamente, no quiero aprender a hacerlo prolijamente y por lo tanto no me interesa hacerlo prolijamente.

Hasta aquí, yo le había ocultado a mi compañera mis pensamientos, y hasta intenté ocultármelos a mí mismo. Yo quise ser  banal, quise ver algo banal y no correspondía ponerme por demás reflexivo en esa noche de comida despreocupada en la cama. Pero la mujer en la televisión  confirmó mis oscuros pensamientos: “A mí me dieron esta mesa de luz, que era de otra persona, pero yo le doy mi estilo personal. Porque no hay nada mejor que darle a las cosas el estilo propio”. Y ahí lo verbalizamos (No estoy solo en este mundo): “¡Pero por qué no lo dejás como está!”. Lo dijimos casi al unísono.

He aquí mis pensamientos, esos que he tratado de apaciguar una noche de domingo y que este programa me arrancó a mi pesar: ¿Por qué la necesidad de darle a todo un estilo  personal? ¿Por qué lo llamamos estilo personal, si a fin de cuentas en nombre de él, cientos y hasta miles de personas copian lo que ven en la televisión, y por lo tanto reproducen un mismo modelo? ¿y en  nombre de qué angustia queremos dejar nuestro sello en todo lo que tocamos? No puedo evitar que se me presente, en contrapartida la imagen de los albañiles medievales, maestros anónimos, que muchas veces morían antes de ver  terminada la obra que construían en colectivo. Se me figura la paciencia de las bordadoras de mantas de las colonias inglesas, o el tiempo dedicado por los constructores de canoas, a repetir un único y colectivo modelo, producto de años y hasta siglos de ensayos y errores. Las sociedades  tradicionales solían tener una respuesta a la pregunta “¿Quién lo inventó?” y era “Siempre existió.”

No estoy en contra de la originalidad. Jamás podría: soy un hombre de mi tiempo. Pero encuentro sospechoso  que las Grandes Individualidades (grupo en donde entran Dante y  Sor Juana, Renoir o Frida Kahlo, por ejemplo) hoy ni aparezcan, ni se estimule su aparición, pero sí se afirme y promueva que TODOS dejen su sello personal, su marca individual, incluso en desmedro de lo creado en un tiempo anterior. Parece que nos olvidamos que las mentes geniales siempre se sienten deudoras de un pasado, y que la originalidad y el estilo nacen en diálogo con la repetición de un modelo.

Una cosa más. A la mesa de luz (ya naranja, ya otra mesa tristemente alegrada por la muchacha de sonrisa constante) le faltaba un último toque. Unos estenciles autoadherentes con palabras, compradas en alguna casa de bricolaje. Y allí quedó la mesita, con tres sellos dispersos que ordeno ahora a mi gusto: Pureza, Vida, Light.
                                                                                                             Horacio Botta

sábado, 11 de mayo de 2013

La Verità en Montevideo


    Con La Verità, una vez más Daniele Finzi Pasca trae a Montevideo un espectáculo grandioso. Grandioso en su concepción, donde cada mínimo gesto contribuye en su sutileza al conjunto. Y es que Finzi Pasca se maneja con comodidad en espectáculos de gran producción, que abarcan enormes espacios y numerosos artistas, como también en lo que él mismo ha calificado de un “teatro pobre”, con un “Ícaro” pequeñito que se hace enorme en el escenario, (y por ende en la retina) y llena el alma del espectador como puede hacerlo la producción más monumental.

     Pero el mérito de este artista y de todos los que lo acompañan no es lo “Imponente” per sé, sino la coherencia de cada una de las partes que componen un espectáculo. Con La Verità, el admirador de la obra de Dalí se siente “reconocido”, siente ese placer que deriva de lo familiar cuando esa familiaridad es reformulada, para mostrar algo nuevo. Dalí (¿Salvador? ¿Francisco?) se vuelve un viejo amigo con un traje nuevo, un tío querido y excéntrico que se reinventa.

    Antes he hablado de coherencia. Tal vez debí decir coherencia en el detalle. Por ejemplo, en las escaleras helicoidales  donde estos artistas realizaban sus danzas y su poesía, el giro de los artefactos las convertían en hermosos dibujos ondulares, así como en las cadenas de ADN en las que tanto insistía el Tío Salvador (“¡¡¡Á -CI- DO DES- O-X I- RRI- BO –UN- CLÉI- CO!!!”)

     También he hablado de sutileza. Dalí es, como decía Cervantes de Lope, “ un monstruo de la naturaleza”: recalcar la figura de este maestro pudiera haber sido fácil, y mediocre. Sin embargo son los detalles ( huevos voladores, diávolos , aparatos, telas) con curvas dalinianas, hacían aparecer todo el tiempo, sin subrayarlo, la pincelada y los bigotes del maestro.

      Pero la obra no es privativa de unos pocos: La Verità no deja de ser, esencialmente un espectáculo de Circo. Y el Circo es una de las manifestaciones artísticas más inclusivas y populares. En lo personal, me tocó estar sentado justo delante de un niño de unos 6 o 7 años. De vez en cuando y disimuladamente, yo lo miraba de reojo y eso era un show aparte: lejos de aburrirse (en un espectáculo extenso de dos horas y media más el intermedio), este niño se abalanzaba sobre el asiento , abría boca y ojos (como tratando con ambos de comerse el escenario)y se quedaba pasmado frente a esos “cuasi-ángeles” trapecistas.  Dudo que este niño fuera un especialista en Dalí.

     Un último punto, acerca del Surrealismo y el Circo. Más allá de la influencia que ha tenido y sigue teniendo aquél Movimiento, muchas veces con imitaciones torpes y artificiales que dicen más de la persona que de su obra, los Surrealistas nunca dejaron de rendir tributo a sus predecesores, al tiempo que miraron y admiraron al arte popular que por su estructura y su contenido, podría llamarse surrealista. Y el Circo es el Arte de lo Imposible. Tal vez tendría que decir que todo Arte pertenece al mundo de lo Imposible,  para  hacerlo posible, pero en el Circo la concentración es tan intensa que ingresar a él puede ser ingresar al mundo de los Sueños. No es menor que ya entrado el siglo XXI, artistas como los de la Compañía Finzi Pasca nos recuerden nuestra vulnerabilidad con respecto a lo que no sabemos. Cuestionar qué es la Verdad, o qué no es, debería por lo menos hacernos reconocer que ignoramos muchas cosas, y que frente a tanta respuesta fácil y asumida que se dice sin pensar, de vez en cuando podríamos responder “no sé”, si alguien o uno mismo se cuestiona cuál es la Verità.
                    
                                                                                 Horacio Botta

http://www.elpais.com.uy/divertite/teatro/la-verita-llega-al-adela-
reta.html
http://www.montevideo.com.uy/nottiempolibre_197523_1.html